El origen de la institución consular se remonta a muchos siglos antes que la aparición de la Diplomacia permanente y tuvo un origen comercial y marítimo. Pero no fue hasta el siglo XII, con el auge del comercio marítimo en el Mediterráneo, cuando comenzaron a actuar bajo nombres como «cónsul juez», «cónsul mercader» o «cónsul marítimo». Genova o Venecia llegaron a establecer más de treinta consulados en el Mediterráneo en el siglo XIII.
Se perfila la figura del Cónsul como la de un árbitro en cuestiones marítimas y, al mismo tiempo, como un representante de la ciudad marítima-mercantil en otros puntos, en otros puertos, como garantía de los navieros y armadores del país de procedencia. Hay que considerar la época, las distancias, los escasos medios de protección de las naves e instrumentos de navegar. De este modo, al llegar la expedición naviera al puerto de destino, se encuentra a la persona encargada de facilitar los recursos para valorar una avería, facilitar el pago de los gastos o dilucidar cualquier controversia relativa al buque o su cargamento. Se ve al cónsul lejanamente realizar la tarea del actual consignatario de buques, si bien de una determinada nación exclusivamente.
El origen de la institución consular se remonta a muchos siglos antes que la aparición de la Diplomacia permanente y tuvo un origen comercial y marítimo. Pero no fue hasta el siglo XII, con el auge del comercio marítimo en el Mediterráneo, cuando comenzaron a actuar bajo nombres como «cónsul juez», «cónsul mercader» o «cónsul marítimo». Genova o Venecia llegaron a establecer más de treinta consulados en el Mediterráneo en el siglo XIII. Ya a finales de la Edad Media los cónsules honorarios o «electi» comenzaron a ser sustituidos por los cónsules enviados, de carrera o «missi» que eran los enviados por el Gobierno de su país, al principio por una ciudad y posteriormente por el monarca reinante, que establecía la función diplomática junto a la mercantil.
Con el fortalecimiento de los nuevos estados y el establecimiento del principio de territorialidad, los cónsules -allá por los siglos XV y XVI- dejaron de ser elegidos por la colonia de mercaderes y pasaron a ser nombrados por su nación de origen, lo que les atribuía más una naturaleza política. Pero a partir de la paz de Westfalia, se comenzaron a separar las funciones diplomáticas del cargo consular. Desde finales del siglo XVIII, el auge del comercio y el establecimiento de colonias extranjeras, así como la aparición de los nuevos estados independientes en América, favoreció el renacimiento de la función consular.
Ya en Málaga, hacia 1280, se estableció en nuestra ciudad, como puerto principal del Reino Nazarí, un «consulado con base territorial en Málaga», en el conocido como “castillo de los Genoveses” una fortaleza que albergó un consulado o agencia permanente, mediante un contrato de franquicia. Hoy sus restos pueden verse en el subsuelo de la Plaza de la Marina.
Pero a partir de los Borbones, extranjeros de todas clases establecieron su residencia en esta localidad. La creación de consulados europeos en Málaga fue -desde una visión histórica- temprana y amplia, por dos motivos: la existencia de una colonia extranjera entre estable y transeúnte, y el nombramiento de cónsules honorarios en extranjeros residentes y españoles pertenecientes a la clase mercantil, en una ciudad con un puerto muy activo.
En 1847, estaban registrados en Málaga veintiún puestos consulares; cifra que se amplió en siete, en 1861, con la incorporación de las naciones americanas, recientemente independizadas. Mientras que los países europeos (Alemania, Países Bajos, Inglaterra o Dinamarca) que mantenían relaciones consulares con el Reino de España tenían una sede física, los iberoamericanos poseían más un carácter provisional, y ello mientras los tratados de amistad y comercio estuvieran vigentes.
Efectivamente, en el nombramiento de los cónsules iberoamericanos, a diferencia del modelo europeo, el sistema que se seguía era de carácter «ad honorem» y tenía su origen en razones de tipo personal: amistad o confianza por parte del presidente de la República, del ministro de Relaciones Exteriores o del embajador, hasta el punto de que en ocasiones el cese de éstos determinaba el del propio cónsul. Por otro lado, la colonia iberoamericana era más reducida que la europea; de ahí que por razones económicas, no se justificase la creación de un consulado regular.
Entre 1860 y 1870, con un censo de unos 90.000 habitantes, el número de consulados acreditados era de treinta y tres -que venía a coincidir curiosamente con los existentes en 2003, en una ciudad con casi 600.000 habitantes- lo que da una idea del influyente efecto de la clase consular en la sociedad malagueña. A finales del siglo XIX se creó la Cámara de Comercio y Navegación de Málaga, por decreto de 1886, «para la defensa de los intereses generales del comercio, industria y navegación». Su primer presidente fue Tomás Heredia Livermore, que era el cónsul de Portugal, y desde su fundación hasta los años treinta del pasado siglo XX, estuvo presidida por siete cónsules honorarios, pertenecientes a la esfera mercantil.
En 1908, se contabilizaban hasta treinta y siete consulados, uno de los números más altos en todos los tiempos. La Convención de Viena de 1964 incluyó en su articulado la figura de los cónsules honorarios, aunque con carácter voluntario, figura que en la práctica iberoamericana se presentaba como algo habitual, por las ventajas económicas que representaba: prácticamente sin costo para el país o muy inferior a la constitución de un consulado regular.
Actualmente, hay más de 50 Consulados acreditados en Málaga y su actual Decano es el Hon. Sr. D. Alberto Benito García, Cónsul de Armenia.